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La actividad agropecuaria es la actividad productiva más antigua de la humanidad; este simple hecho implica que es el sector que ha experimentado el mayor número de políticas públicas.

viernes, junio 18, 2010

Boletín N°4 Conferencia Internacional Biomasa 2010

 

Suelos Agricolas

Robinson Betancourt Universidad La Frontera:
Serán las mismas empresas agrícolas que participen en proyectos energéticos las encargadas de cuidar territorios de alto valor agrícola.

El experto en cultivos agroenergéticos asegura que si bien FIA y ODEPA son los encargados de cautelar la ocupación de superficies que no tengan uso agrícola, las empresas que participen en proyectos energéticos también jugarán un papel importante.

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Eugenio Doussoulin Decano Facultad de Ciencias Agronómicas Universidad de Tarapacá (Arica):
Estamos avanzando  en la perspectiva de entregar nuevas herramientas  tecnológicas para el desarrollo agrícola de las zonas áridas de Chile.

En esta entrevista el Decano de la Universidad de Tarapacá nos cuenta acerca del potencial que tiene Chile para el desarrollo de cultivos energéticos en el norte grande.

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Juan Paulo Vega:
A la hora de cultivar fuentes energéticas es necesario privilegiar suelos marginales.

Si bien, el Director del Programa I+D de Fondef ve con buenos ojos el desarrollo de cultivos energéticos como una fuente sustentable, advierte que es necesario apuntar a terrenos no aptos para cultivos alimentarios, de manera que no se genere una competencia que perjudique a estos últimos.

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librocomentarios In Memoriam: José Saramago - Discurso de Aceptación del Premio Nobel (1998)

JOSE SARAMAGO

In Memoriam: José Saramago - Discurso de Aceptación del Premio Nobel (1998)

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.
Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir.
La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. "Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día.
Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de Africa, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?".
Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido.
Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central.
También le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos.
En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.
Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía.
De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra H., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada "Manual de pintura y caligrafía", que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces.
Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No me compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio.
Vinieron después los hombres y las mujeres del Alentejo, aquella misma hermandad de condenados de la tierra a que pertenecieron mi abuelo Jerónimo y mi abuela Josefa, campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de los brazos a cambio de un salario y de condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Cobrando por menos que nada una vida a la que los seres cultos y civilizados que nos preciamos de ser llamamos, según las ocasiones, preciosa, sagrada y sublime.
Gente popular que conocí, engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente, cuántas y cuántas veces, víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa. Tres generaciones de una familia de campesinos, los Mau-Tempo, desde el comienzo del siglo hasta la Revolución de Abril de 1974 que derrumbó la dictadura, pasan por esa novela a la que di el título de "Alzado del suelo" y fue con tales hombres y mujeres del suelo levantados, personas reales primero, figuras de ficción después, con las que aprendí a ser paciente, a confiar y a entregarme al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos y otra vez destruirnos.
No tengo la seguridad de haber asimilado de manera satisfactoria aquello que la dureza de las experiencias tornó virtud en esas mujeres y en esos hombres: una actitud naturalmente estoica ante la vida. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la lección recibida, pasados más de veinte años, permanece intacta en mi memoria, que todos los días la siento presente en mi espíritu como una insistente convocatoria, no he perdido, hasta ahora, la esperanza de llegar a ser un poco más merecedor de la grandeza de los ejemplos de dignidad que me fueron propuestos en la inmensidad de las planicies del Alentejo. El tiempo lo dirá.
¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las "Rimas" y las glorias, los naufragios y los desencantos patrios de "Os Lusíadas", que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Super-Camoens de ella? Ninguna lección a mi alcance, ninguna lección que yo fuese capaz de aprender salvo la más simple que me podría ser ofrecida por el hombre Luis Vaz de Camoens en su más profunda humanidad, por ejemplo, la humildad orgullosa de un autor que va llamando a todas las puertas en busca de quien esté dispuesto a publicar el libro que escribió, sufriendo por eso el desprecio de los ignorantes de sangre y de casta, la indiferencia desdeñosa de un rey y de su compañía de poderosos, el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos.
Al menos una vez en la vida, todos los autores tuvieron o tendrán que ser Luis de Camoens, aunque no escriban las redondillas de "Sobolos rios". Entre hidalgos de la corte y censores del Santo Oficio, entre los amores de antaño y las desilusiones de la vejez prematura, entre el dolor de escribir y la alegría de haber escrito, fue a este hombre enfermo que regresa pobre de la India, adonde muchos sólo iban para enriquecerse, fue a este soldado ciego de un ojo y golpeado en el alma, fue a este seductor sin fortuna que no volverá nunca más a perturbar los sentidos de las damas de palacio, a quien yo puse a vivir en el teatro en el escenario de la pieza de teatro llamada "Que farei con este livro?" ("¿Qué haré con este libro?"), en cuyo final resuena otra pregunta, aquélla que importa verdaderamente, aquélla que nunca sabremos si alguna vez llegará a tener respuesta suficiente: "¿Qué haréis con este libro?".
Humildad orgullosa fue ésa de llevar debajo del brazo una obra maestra y verse injustamente rechazado por el mundo. Humildad orgullosa también, y obstinada, esta de querer saber para qué servirán mañana los libros que vamos escribiendo hoy, y luego dudar que consigan perdurar largamente (¿hasta cuándo?) las razones tranquilizadoras que quizá nos estén siendo dadas o que estamos dándonos a nosotros mismos. Nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros.
Se aproxima ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. El se llama Baltasar Mateus y tiene el apodo de Siete-Soles, a ella la conocen por Bilmunda, y también por el apodo de Siete-Lunas que le fue añadido después porque está escrito que donde haya un sol habrá una luna y que sólo la presencia conjunta de uno y otro tornará habitable, por el amor, la tierra.
Se aproxima también un padre jesuita llamado Bartolmeu que inventó una máquina capaz de subir al cielo y volar sin otro combustible que no sea la voluntad humana, ésa que según se viene diciendo, todo lo puede, aunque no pudo, o no supo, o no quiso, hasta hoy, ser el sol y la luna de la simple bondad o del todavía más simple respeto. Sontres locos portugueses del siglo XVIII en un tiempo y en un país donde florecieron las supersticiones y las hogueras de la Inquisición, donde la vanidad y la megalomanía de un rey hicieron levantar un convento, un palacio y una basílica que asombrarían al mundo exterior, en el caso poco probable de que ese mundo tuviera ojos bastantes para ver a Portugal, tal como sabemos que los tenía Bilmunda para ver lo que escondido estaba. Y también se aproxima una multitud de millares y millares de hombres con las manos sucias y callosas, con el cuerpo exhausto de haber levantado, durante años sin fin, piedra a piedra, los muros implacables del convento, las alas enormes del palacio, las columnas y las pilastras, los aéreos campanarios, la cúpula de la basílica suspendida sobre el vacío.
Los sonidos que estamos oyendo son del clavicornio del Doménico Scarlatti, que no sabe si debe reír o llorar. Esta es la historia del "Memorial del convento", un libro en que el aprendiz de autor, gracias a lo que le venía siendo enseñado desde el antiguo tiempo de sus abuelos Jerónimo y Josefa, consiguió escribir palabras como éstas, donde no está ausente alguna poesía: "Además de la conversación de las mujeres son los sueños los que sostienen al mundo en su órbita. Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo". Que así sea. 
De las lecciones de poesía, sabía ya alguna cosa el adolescente, aprendidas en sus libros de texto cuando, en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros del arte poético en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del navegante que va inventando cada lugar que descubre.
Pero fue en la biblioteca de la escuela industrial donde "El año de la muerte de Ricardo Reis" comenzó a ser escrito. Allí encontró un día el joven aprendiz de cerrajero (tendría entonces 17 años) una revista - "Atena" era el título - en que había poemas firmados con aquel nombre y, naturalmente, siendo tan mal conocedor de la cartografía literaria de su país, pensó que existía en Portugal un poeta que se llamaba así: Ricardo Reis.
No tardó mucho tiempo en saber que el poeta propiamente dicho había sido un tal Fernando Nogueira Pessoa que firmaba poemas con nombres de poetas inexistentes nacidos en su cabeza y a quien llamaba heterónimos, palabra que no constaba en los diccionarios de la época, por eso costó tanto trabajo al aprendiz de las letras saber lo que ella significaba. Aprendió de memoria muchos poemas de Ricardo Reis ("Para ser grande sê inteiro/Põe quanto és no mínimo que fazes"), pero no podía resignarse, a pesar de tan joven e ignorante, a que un espíritu superior hubiese podido concebir, sin remordimiento, este verso cruel: "Sábio é o que se contenta com o espectáculo do mundo". Mucho, mucho tiempo después, el aprendiz de escritor ya con el pelo blanco y un poco más sabio de sus propias sabidurías se atrevió a escribir una novela para mostrar al poeta de las "Odas" algo de lo que era el espectáculo del mundo en ese año de 1936 en que lo puso a vivir sus últimos días: la ocupación de la Renania por el Ejército nazi, la guerra de Franco contra la República española, la creación por Salazar de las milicias fascistas portuguesas. Fue como si estuviese diciéndole: "He ahí el espectáculo del mundo, mi poeta de las amarguras serenas y del escepticismo elegante. Disfruta, goza, contempla, ya que estar sentado es tu sabiduría". 
"El año de la muerte de Ricardo Reis" terminaba con unas palabras elancólicas: "Aquí donde el mar acabó y la tierra espera". Por tanto no habría más descubrimientos para Portugal, sólo como destino una espera infinita de futuros ni siquiera imaginables: el fado de costumbre, la saudade de siempre y poco más. Entonces el aprendiz imaginó que tal vez hubiese una manera de volver a lanzar los barcos al agua, por ejemplo mover la propia tierra y ponerla a navegar mar adentro.
Fruto inmediato del resentimiento colectivo portugués por los desdenes históricos de Europa (sería más exacto decir fruto de mi resentimiento personal), la novela que entonces escribí - "La balsa de piedra" - separó del continente europeo a toda la Península Ibérica, transformándola en una gran isla fluctuante, moviéndose sin remos ni velas, ni hélices, en dirección al Sur del mundo, "masa de piedra y tierra cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, bosques bravíos, campos cultivados, con su gente y sus animales", camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así, a tanto se atrevió mi estrategia, el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes.
Una visión dos veces utópica entendería esta ficción política como una metáfora mucho más generosa y humana: que Europa, toda ella, deberá trasladarse hacia el Sur a fin de, en descuento de sus abusos coloniales antiguos y modernos, ayudar a equilibrar el mundo. Es decir Europa finalmente como ética. Los personajes de "La balsa de piedra" - dos mujeres, tres hombres y un perro - viajan incansablemente a través de la Península mientras ella va surcando el océano. El mundo está cambiando y ellos saben que deben buscar en sí mismos las personas nuevas en que se convertirán (sin olvidar al perro que no es un perro como los otros). Eso les basta. Se acordó entonces el aprendiz que en tiempos de su vida había hecho algunas revisiones de pruebas de libros y que si en "La balsa de piedra" hizo, por decirlo así, revisión del futuro, no estaría mal que revisara ahora el pasado inventando una novela que se llamaría "História do Cerco de Lisboa", en la que un revisor trabajando un libro del mismo título, aunque de historia, y cansado de ver cómo la citada historia cada vez es menos capaz de sorprender, decidió poner en lugar de un "sí" un "no", subvirtiendo la autoridad de las "verdades históricas".
Raimundo Silva, así se llamaba el revisor, es un hombre simple, vulgar, que sólo se distingue de la mayoría por creer que todas las cosas tienen su lado visible y su lado invisible y que no sabremos nada de ellas, mientras no les hayamos dado la vuelta completa. De eso precisamente trata una conversación que tiene con el historiador. Así: "Le recuerdo que los revisores ya vieron mucho de literatura y vida, Mi libro, se lo recuerdo, es de historia. No es propósito mío apuntar otras contradicciones, profesor, en mi opinión todo cuanto no sea vida es literatura.
La historia también. La historia sobre todo, sin querer ofender. Y la pintura, y la música. La música va resistiéndose desde que nació, unas veces va y otras viene, quiere librarse de la palabra, supongo que por envidia, pero regresa siempre a la obediencia. Y la pintura, mire, la pintura no es más que literatura hecha con pinceles. Espero que no se haya olvidado de que la humanidad comenzó pintando mucho antes de saber escribir. Conoce el refrán, si no tienes perro caza con el gato, o dicho de otramanera, quien no puede escribir, pinta, o dibuja, es lo que hacen los niños. Lo que usted quiere decir, con otras palabras, es que la literatura ya existía antes de haber nacido, sí señor, como el hombre, con otras palabras, antes de serlo ya lo era.
Me parece que usted equivocó la vocación, debería ser historiador. Me falta preparación profesor, qué puede un simple hombre hacer sin preparación, mucha suerte he tenido viniendo al mundo con la genética organizada, pero, por decirlo así, en estado bruto, y después sin más pulimento que las primeras letras que se quedaron como únicas. Podía presentarse como autodidacta producto de su digno esfuerzo, no es ninguna vergüenza, antiguamente la sociedad estaba orgullosa de sus autodidactas.
Eso se acabó, vino el desarrollo y se acabó, los autodidactas son vistos con malos ojos, sólo los que escriben versos o historias para distraer están autorizados a ser autodidactas, pero yo para la creación literaria no tengo habilidad. Entonces métase a filósofo. Usted es un humorista, cultiva la ironía, me pregunto cómo se dedicó a la historia, siendo ella tan grave y profunda ciencia. Soy irónico sólo en la vida real. Ya me parecía a mí que la historia no es la vida real, literatura sí, y nada más. Pero la historia fue vida real en el tiempo en que todavía no se le podía llamar historia. Entonces usted cree, profesor, que la historia es la vida real. Lo creo, sí.
Que la historia fue vida real, quiero decir. No tengo la menor duda. Qué sería de nosotros si el deleatur que todo lo borra no existiese, suspiró el revisor". Escusado será añadir que el aprendiz aprendió con Raimundo Silva la lección de la duda. Ya era hora.
Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir "El Evangelio según Jesucristo". Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del "Nuevo Testamento" a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones.
Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los Inocentes y, habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que aún tendría que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia.
Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo.
"El Evangelio" del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: "Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo", refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en es última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró.
Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba, Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús, Entonces sólo falta que devore a ti, Y tú, en tu vida, fuiste comido, o devorado, No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba".
Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1.200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa guerra que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló "In Nomine Dei". Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar.
Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios. Ciegos por sus propias creencias, los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en El creían.
La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa, teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo. Ciegos.El aprendiz pensó "Estamos ciegos", y se sentó a escribir el "Ensayo sobre la ceguera" para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante.
Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama "Todos los nombres". No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.
Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdonadme si os pareció poco esto que para mí es todo.

 
RODRIGO  GONZALEZ  FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
DIPLOMADO EN GESTION DEL CONOCIMIENTO DE ONU
Celular: 93934521
WWW.CONSULTAJURIDICA.BLOGSPOT.COM
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Mapuches celebran Oficina de Asuntos Indígenas impulsada por en Futrono

Mapuches celebran Oficina de Asuntos Indígenas impulsada por en Futrono

"Los hermanos mapuche están más confiados en su municipalidad", dice el facilitador cultural Rosendo Manqui.

por 3CIUDADANO - 14/06/2010 - 17:16

La unidad de asistencia y orientación dirigida a personas naturales o representantes comunitarios mapuche, fue desplegada en la municipalidad hace casi un año bajo la gestión del facilitador cultural Rosendo Manqui, quien está a cargo de la oficina y que a la postre ha recaudado la atención y asesoría para más de 400 usuarios con diversas inquietudes asociadas a adquisición de tierras, deberes y derechos de la Ley Indígena, agilización de trámites ante Conadi y otras reparticiones públicas y postulación a proyectos que favorezcan a los mapuche de la zona.

Rosendo Manqui cuenta que desde que se abrió la oficina "los hermanos mapuche están más confiados en su municipalidad ya que pueden realizar sus trámites y conseguir asesoría legal y administrativa, sin tener que desplazarse hasta Valdivia, además de concertar reuniones en las mismas comunidades a fin de recibir asistencia en su ámbito y de manera más personalizada", destacó Manqui.

Becas para estudiantes y programa para predios

El encargado de la Oficina Municipal de Asuntos Indígenas, agregó que "gracias a la confianza establecida por el alcalde Jorge Tatter y su visión de apoyar a las familias mapuche, hemos podido ayudar a medio centenar de estudiantes de la étnia para que accedan con más facilidad a la Beca Indígena". En tal sentido, Manqui puntualiza que la oficina ha agilizado la obtención de los certificados de calidad indígena, requisitos clave para postular al beneficio.

Asimismo, la oficina se encuentra asesorando a postulantes para el concurso de equipamiento predial en la Región de Los Ríos impulsado por Conadi y cuyo objetivo es "mejorar la productividad de la tierra apoyando el emprendimiento de las comunidades mediante el equipamiento de los predios adquiridos a través del Fondo de Tierras de Conadi".

Las postulaciones a esta iniciativa vencen el 21 de este mes y es por eso que la oficina municipal de asuntos indígenas realizó charlas explicativas para que los usuarios mapuche puedan formular sus proyectos. Para tal caso, se llevó a un profesional de apoyo de Conadi a fin se asesorar a los usuarios y dirigentes mapuche.


Alejandro Delgado

FUENTE: LATERCERA
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INNOVACION: Lanzan programa de innovación para potenciar la ganadería de camélidos

Lanzan programa de innovación para potenciar la ganadería de camélidos

Con la finalidad de entregar mayor competitividad a más de 180 pequeños productores aymaras de camélidos, el Seremi de Agricultura de la Región de Arica y Parinacota, Jorge Alache, lanzó este jueves oficialmente en Putre el Programa Innovación Territorial (PIT) para este sector.

La iniciativa es apoyada por el Ministerio de Agricultura a través de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA). El monto total del proyecto es de $ 942.093.514, al cual FIA aportó $ 599.999.228 (63,69%).

La propuesta denominada Programa de Innovación Territorial en la Región de Arica y Parinacota de la agricultura familiar campesina ganadera aymara en camélidos sudamericanos domésticos y silvestres, es ejecutada desde 2008 por la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la Universidad de Chile.

El seremi de Agricultura de la Región de Arica y Parinacota, Jorge Alache, señaló que este programa surge de una necesidad regional por orientar y planificar políticas y acciones que permitieran incorporar conocimientos y habilidades para el encadenamiento productivo comercial y tecnológico de la segunda actividad económica más importante de la región: la ganadería camélida.

Por este motivo, el objetivo del PIT es implementar un programa público-privado que permita transferir innovaciones tecnológicas. Estas, a largo plazo, otorgarán mayor competitividad a la de fibra y carne de camélidos sudamericanos.

Alache agregó que para coordinar y ejecutar las actividades planificadas y, finalmente, traspasar la información tecnológico-comercial a los productores y organismos públicos relacionados con el sector camélido, fue creado un comité directivo. Este es presidido por el Seremi de Agricultura e integrado por diversos representantes de las instituciones asociadas al programa.

Para trabajar con los ganaderos, fueron creadas seis unidades de transferencia en las cuales se capacita a los aymaras en normas de manejo reproductivo, sanitario y de pastizales. Lo anterior para mejorar la calidad y cantidad de los subproductos de camélidos y estudiar opciones de negocios en torno a la explotación de los animales.

El programa también ha buscado fortalecer la asociatividad entre participantes -a la fecha se han incorporado 49 nuevas familias a la cadena productiva? para enfrentar las demandas del mercado y establecer estrategias de negocios para exportar fibra, explicó la directora ejecutiva de FIA, Eugenia Muchnik.
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Chile ejemplo de la lucha contra la desertificación

Chile es ejemplo de la lucha contra la desertificación

18 de junio del 2010.-

Un promedio de 440 mil hectáreas anuales viene recuperando Chile durante los últimos años de los procesos de desertificación y sequía que afectan al país, según un informe enviado a la Secretaría Ejecutiva de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación y la Sequía en el mundo. 

Así lo dio a conocer la Corporación Nacional Forestal (CONAF), el organismo que tiene la coordinación de este programa en Chile, en el marco de la celebración, este 17 de junio, del "Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía". El informe nacional, donde destaca el papel que cumple el Ministerio de Agricultura al implementar acciones de fomento a la forestación, recuperación de suelos degradados y riego campesino, precisa que en 1978 se calculaba que por erosión y desertificación en el país existían unas 48.334.300 hectáreas afectadas (2/3 de la superficie total), cifra que se ha logrado reducir a una tasa anual promedio en los últimos 20 años de 0,26%, recuperándose así terrenos de unos 71 mil propietarios anuales, con una inversión pública promedio de 90 millones de dólares al año. 

Dado el impacto a nivel mundial de este trabajo, el país adquirió un rol relevante en la Convención contra la Desertificación, integrando desde el año 2005 el grupo de 15 países a cargo de elaborar la Estrategia Decenal 2008-2018. Esta iniciativa promueve una profunda reforma de las instituciones y órganos subsidiarios que conforman esta Convención de las Naciones Unidas, con el propósito de lograr un mayor apoyo político y financiero a las actividades para frenar y revertir los procesos de desertificación a nivel mundial. 

En este sentido, con el liderazgo del Ministerio de Agricultura y con la coordinación nacional de CONAF, Chile es uno de los ejemplos a nivel mundial de trabajo coordinado y de eficiencia al recuperar una superficie total de 3,9 millones de hectáreas afectadas por procesos de desertificación y sequía.

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COLECCIONVINOS: La enóloga chilena que triunfa en California

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ENOLOGA CHILE TRIUNFANDO EN CALIFORNIA
Marcia Monahan
La enóloga chilena que triunfa en California
 
Marcia Monahan lleva 12 años en Estados Unidos y desde operaria de bodegas ha saltado a producir exitosos vinos para las viñas Pelton House y Stonestreet. Robert Parker ya ha elogiado varios de sus productos.  

Arnaldo Guerra Martínez Desde de que Marcia Torres Forno, hoy Marcia Monahan -casada con el estadounidense Brad Monahan- decidió que lo suyo era la enología, hizo todo lo necesario para concretar el sueño. Recién titulada en la UC partió trabajando en Cousiño Macul, pasó por Cánepa y vivió una vendimia en Colchagua, en Montt Grass. Le aconsejaron salir del país y se fue a la capital del vino, donde trabajó en Chateau La Baume, cerca de Bézier, al sur de Francia.
Se declara perseverante y trabajadora. Como no le gusta marcar el paso, a la primera que le sugirieron que le haría bien ir a otra vendimia extranjera, partió a California a una pasantía. Dos años después volvió con la idea de hacer un master, pero era carísimo para estudiantes extranjeros. Así que  tuvo que pelar el ajo. Trabajó como operaria en la viña Kendall Jackson. Y ella, que en Chile había llegado a ayudante de enólogo, lavó y lavó cubas y prensas, acarreó una incontable cantidad de baldes, llenó barriles con pesadas mangueras e hizo infinitas inoculaciones de levaduras.

"En vez de avanzar parece que retrocedía. Llegar a lavar cubas y llenar barriles como operario fue fuerte, pero de alguna manera tenía que mostrar que yo sabía", dice Marcia.
En ese momento le hizo sentido lo que le decía Philippo Pszczolkowski a sus alumnos en la Universidad Católica: les pedía que no fueran enólogos de escritorio, que no sólo tenían que saber hacer vinos, si no también tomar las escoba si era necesario.

"Eso me marcó, porque en EE.UU.vale mucho que alguien sepa hacer su trabajo, no sólo dar órdenes. La experiencia vale. Hay que estar donde las cosas están pasando", dice Marcia.

Estaba en sus labores de operaria cuando apareció su oportunidad. La persona encargada del laboratorio falló y Marcia salvó el día haciendo los análisis a los vinos. Y luego siguió avanzando y de prácticamente ser una desconocida, hoy, doce años después, comienza a cosechar triunfos y se ha hecho un nombre en una de las zonas más importantes del nuevo mundo del vino, la misma de donde Chile sacó el molde para la revolución tecnológica que le permitió el desarrollo actual.

De hecho, Robert Parker Jr, el afamado crítico de vinos, a través de sus comentarios en Wine Advocate, le dedicó elogiosas líneas a sus vinos de la Viña Pelton House. Y, en febrero, se refirió a su trabajo actual, en la viña Stonestreet Alexander Mountain, donde Marcia desarrolla una nueva modalidad de trabajo en equipo con su jefe Graham Weerts. En esa oportunidad, aparte de felicitarlos y de entregarles entre 93 y 95 puntos a varios de sus productos premium, les dijo que era "lo más impresionante que había probado de esa viña".

La naturaleza se impone

Marcia creció en la Villa Portales, en Santiago, y de ahí pasó al barrio Bellavista, pero sus paseos y vacaciones en la casa de su familia materna en los alrededores de Constitución marcaron su gusto por la naturaleza.

Los abuelos maternos eran de Huinganes, una de las estaciones del pintoresco monocarril del ramal Talca-Constitución. Ir a verlos era toda una aventura, con parada en Infiernillo -hoy González Bastías- donde la gente compraba conejos, huevos duros de color azul y verde y tortillas de rescoldo. En el campo no había luz, era una casa de adobes de más de cien años que hoy espera una gran reparación tras el terremoto.

"Ahí vi por primera vez las parras de uva país podadas en 'cabeza' y también, a hurtadillas, miraba cómo los huasos venían a caballo, con sus llantas cruzadas al hombro para ser llenadas con vino. Así conocí también los fudres centenarios y las moledoras de madera manuales", recuerda.

Los campamentos a los que asistió con las girlscouts de la parroquia Italiana también la marcaron.
"Fueron tiempos muy ricos... Gracias a Dios tuve un niñez realmente muy buena", destaca.

Y al salir del Liceo 7 de Providencia vino la gran decisión.

"Tenía muy claro que no quería trabajar en una oficina. Mis papás -Mario Torres y Susana Forno- son profesores muy esforzados. Me di cuenta que lo que me gustaba era estar en contacto con la naturaleza, me gustaba la química y también la biología, en realidad la ciencia. La naturaleza siempre me ha sorprendido, al haber visto crecer las frutas y las semillas en el campo. Y como nunca me gustaron los hospitales, las opciones eran dos: Ingeniería Forestal o Agronomía. En una charla vi cómo cortaban un árbol y ahí Forestal quedó descartado, decidí que Agronomía era lo mejor", cuenta.

En una reunión familiar, donde su mamá y tres tías llevaron la batuta, decidió irse a la UC. La beca Juan Pablo II, otorgada a la excelencia académica, la ayudó a terminar la universidad. Entonces descubrió la enología.

"Me atrajo porque es muy ecléctica. Uno siempre tiene nuevas mezclas que hacer, la actividad va cambiando en cada estación, se recogen las uvas, se muelen, viene el vino, después hay que esperar que añeje, se hacen las mezclas, se va a ver los viñedos; uno tiene que saber de química, de biología, de suelos, de climatología; es un arte por un lado, y por otro una ciencia. Realmente, a mí me hace vibrar mi trabajo. El ver la naturaleza desarrollarse, ver las uvas crecer, hace que mientras más cerca está uno de la tierra vea lo inexplicable; uno entiende que es pequeño y que hay algo más grande allá arriba. Es increíble que las plantas fotosinteticen y crezcan y todo sea tan perfecto. Esa magia me sorprende todos los días", dice.

Y lo que más le gusta es hacer los vinos.

"Una parte que no es medible es la percepción, eso es lo más atractivo. La parte artística es degustar. Toda la evaluación sensorial de los vinos es una etapa donde nadie puede decir si está mal o bien, porque cada uno tiene distintas percepciones, eso me atrae también", cuenta Marcia Monahan.

Con pantalones largos

Fue siguiendo ese "placer" que en 1996 se fue a Estados Unidos, gracias al programa de intercambio agrícola Caep. Y en 1998 llegó a California para quedarse. Su primera vendimia en Estados Unidos fue en el turno de noche para Kendall Jackson en Sonoma County. En esa época conoció a su marido estadounidense, Brad Monahan, que proveía sistemas de refrigeración a distintas bodegas.

Después de obtener la residencia consiguió su primer trabajo de planta como "enologist" -alguien graduado en la universidad que tiene los conocimientos teóricos, pero no prácticos como enólogo- en la bodega Cardinale, en Napa Valley, donde estuvo encargada del laboratorio. Luego pasó a ser asistente de enólogo para Kendall Jackson Winery en Oakville, Napa Valley, y ocho años después se transformó en la enóloga de Pelton House, viña de Jess Jackson, un prominente y conocido dueño de bodegas.

Ahí desarrolló su primer gran proyecto: un cabernet sauvignon y un merlot 2005 mezclándolos con un poco de carmenere y también malbec obtenidos del fundo de Knights Valley. Para lograrlo tuvo que trabajar en los viñedos y en la bodega, llevarlos paso a paso, y los orientó especialmente al paladar femenino.

"Muy seductores", los calificó Robert Parker.

"La uva con que están hechos viene tanto de la montaña como del piedmont, son muy ricos en taninos, pero mi idea fue hacerlos mucho más atractivos, más suaves; los hice concentrados, pero respetando la elegancia de los vinos europeos. La calidad de la uva es excepcional. El único cuidado que tuve fue con la astringencia. Los hice así porque a mí me gustaba, no los hice pensando exclusivamente para el paladar femenino. Quise que representaran la esencia de Knights Valley, por eso tienen mucho aroma a moras y a cedro, y la madera está bien balanceada. Son vinos con mucha intensidad aromática a especias, a frutas negras y con carácter, pero elegantes... como las chilenas", señala Marcia.

Son vinos que se venden sobre US$ 40 la botella. Y al Pelton House 2005 Cabernet Sauvignon Knights Valley, Parker Jr. le otorgó 90 puntos.
"Notable. Tiene profundo color rubí/púrpura, con notas de cassis, tierra y especias. Relativamente profundo, muestra suave acidez y cargas de la fruta en un estilo que va a ganar muchos fans. Tómelo en los próximos 7 a 10 años", sentenció.

Al Pelton House 2005 Merlot Knights Valley, le dio 87 puntos: "Presenta notas oscuras, ahumadas de cassis, con guindas dulces, chocolate blanco y hierbas tostadas. Es redondo, delicioso, un estilo directo de merlot para beber en 5 a 6 años".

La actual etapa la encuentra siempre en Pelton House, pero también haciendo vinos para la bodega de Stonestreet, ambas de propiedad de Jess Jackson.

"Con mi jefe Graham Weerts estamos produciendo, con las uvas de las montañas de Alexander Valley, unos vinos cabernet excepcionales y unos chardonnay impresionantes. La idea es conformar una especie de academia con los demás enólogos. Por ejemplo, estamos haciendo unos chardonnay de lujo. Tenemos ocho viñas para determinados cuarteles, de los que salen vinos especiales, con producciones de 200 cajas cada una. Son pequeñas producciones, pero vinos estelares que cuestan US$ 60 la botella. Trabajamos en equipo, pero el enólogo director, Graham Weerts, tiene la última palabra", señala.

Los frutos están a la vista: en la edición de febrero, Parker le da sobre 92 puntos a cuatro vinos desarrollados por la dupla Weerts-Monahan, y los califica como "el grupo más impresionante de vinos de Stonestreet que ha probado". Los felicita por explorar en terroir de altura. Habla de chardonnay increíbles y del cabernet sauvignon Christopher's 2007 como una bestia tánica, vinos de 40 a 50 años. "Es bueno ver que todavía se hace este tipo de vinos a los que hay que esperar 8 a 10 años. Las futuras generaciones apreciarán este trabajo", les señala. Entre ellos, le da 95 puntos a 2007 Cabernet Sauvignon Rockfall Alexander Valley y 94 a 2007 Cabernet Sauvignon Monument Ridge.

Marcia trabaja con las mismas cepas francesas tradicionales de Chile en las montañas de Alexander Valley, donde se dan muy bien el cabernet sauvignon, el chardonnay, el merlot. También cuenta con cuarteles de malbec, cabernet franc y carmenere, que tienen la influencia del Pacífico, con mañanas en las que la neblina ingresa al valle y después abre.

Marcia, fiel a su historial, continúa su lucha. Tiene dos hijas: Gabriella, de 7 años, y Francesca, de sólo 11 meses, que le recuerda lo que fue trabajar embarazada una vendimia. "Uno adquiere una percepción aromática increíble, pero había olores que no podía tolerar. Cuando llegaba a degustar cubas durante los remontajes me sentía pésimo, así es que cambié el plan. Me iba directo a los viñedos para degustar uvas y ver qué cuarteles estaban para cosechar, y al mediodía me iba a la bodega", señala. Recuento enológico

Cuando llegué, en el mundo enológico de Sonoma y Napa no se conocía a la Universidad Católica ni a Chile. Ahora sí, debido a los programas de intercambio. O sea, los enólogos jefes al contratarte no sabían a qué atenerse. He recibido muchos estudiantes en todos estos años, de muchas partes, y los chilenos, de la Chile o la UC, en general vienen bien preparados.

Chris Carpenter, enólogo de Cardinale Winery, fue el primero que me dio la oportunidad, y le estoy muy agradecida, lo mismo que de Jess Jackson y su familia. Mi primer trabajo en Chile fue en Cousiño Macul y, curiosamente, mi mamá había trabajado en la escuela que tenía esa viña. De esa época tengo muy buenos recuerdos de Jaime Ríos, que me recibió. Y después trabajé con Ernesto Jiusan, en Viña Cánepa.

 

Estancamiento en EE.UU.La mayor parte de la gente piensa que lo de Chile fue como un boom que ya terminó. Pero muchos comerciantes y sommeliers con los que he hablado me dicen que al principio les mandaban muchos vinos verdes, con muchas pirazinas, y eso no benefició para nada el mercado para el vino chileno, sobre todo con los carmenere.Diferencias entre Chile y CaliforniaLo planteo en general. No puedo hablar de diferencias, porque no tengo experiencia en Chile, ni he estado en todas las bodegas, pero creo que hay que dedicarle tiempo a los vinos premium. Quiero ver que Chile produzca vinos de alta calidad. Como todo parte de la uva, hay que invertir en conocer el viñedo y asegurarse de que se usa lo mejor de cada cuartel... Yo me imagino que todavía hay bodegas que meten en una cuba uvas de muchos cuarteles, pero si pueden detectar cuáles son los mejores podrían descartar o mejorar los bloques, de esa manera pueden acceder a tener mejores uvas, mejores vinos y mejor precio.

Acá el concepto de vino chileno es que tiene un buen valor por la calidad, pero no es el concepto del vino premium. Yo creo que hay una oportunidad porque Chile tiene capacidad para hacer vinos de alta calidad y de hecho, muchas viñas lo han probado.Cambios en los consumidoresCon la crisis, todo el mundo está más abierto a probar nuevas variedades y vinos distintos, por eso el carmenere ha tomado mucho vuelo, lo mismo que malbec, sirah y hasta una garnacha de España, porque tienen buen precio.

Arnaldo Guerra Martínez.

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